jueves, 28 de marzo de 2013

"Las paredes hablan"

ENCONTRÁNDONOS UNA Y OTRA VEZ




A pesar de que la propuesta narrativa de “Las paredes hablan” rompe con casi todo convencionalismo, resulta curioso que en el mismo mes de su estreno en México hubo otras dos películas que compartieron la misma apuesta de narrativa en paralelo: “Cloud Atlas” y “El Gran secreto” (The words). Poco convencional no es sinónimo de novedoso, la estructura dramática de dichas películas se remonta 1916, tiempo en donde el llamado padre del cine, D.W. Griffith, propuso con “Intolerancia” (Intolerance: Love's Struggle Throughout the Ages) un concepto narrativo endemoniado. El concepto se basa en narrar distintas historias en distintas épocas cuyo hilo conductor es temático. La estructura dramática consiste en contar una historia, hacerla avanzar hasta cierto punto para después saltar a otra historia en un tiempo distinto, hacerla avanzar otro tanto para luego brincar a otra y así sucesivamente hasta regresar a la historia inicial y hacerla avanzar otro tanto.

A este tipo de estructura se le llamó montaje o edición en paralelo y en casi todo el cine que contiene esta estructura dramática conforme avanzan cada una de las historias, los saltos entre ellas son más rápidos conforme uno se acerca al clímax, de tal forma que las múltiples historias parecieran fusionarse en una sola al acelerarse el ritmo de la edición que no es sino el tiempo en el que saltamos de una historia a otra. La dificultad en la realización radica principalmente en cuantas historias se cuentan y en como el montaje se las ingenia para hacer parecer que las distintas historias son una sola película. Griffith ya era lo suficientemente ambicioso como para tomar cuatro historias, la convención indica que la mayor parte de los cineastas elige contar tres, como es el caso de “El gran secreto” o de la cinta que nos atañe en cuestión: “Las paredes hablan”. Y los hermanos Wachowski se cuecen aparte, pues ellos en “Cloud Atlas” propusieron 6 historias donde cada una además pertenece a un género cinematográfico distinto.

En ese aspecto “Las paredes hablan” no resulta tan ambiciosa como el cine de Griffith o tan visionaria como “Cloud Atlas”, sin embargo comparte con esta última la apuesta de que en todas las historias son siempre los mismos actores los que aparecen caracterizados de distinta forma y una temática sobre la inevitavilidad del destino. La pareja protagonista está destinada a enamorarse en cada una de las épocas distintas: la independencia, la revolución y la era actual, lo que hace que quizás el paralelo más adecuado sea con “La fuente de la vida” (The Fountain). Si los Wachowski tienen la decencia de pedirnos desde un inicio que entremos en la convención de entrar en esta estructura de flashbacks y flashforwards cuya meta es dar brincos en el tiempo de una historia a otra, en “Las paredes hablan” no queda muy en claro que este va a ser el juego a pesar de que hay algún narrador que nos intenta explicar las cosas de manera un tanto obvia. El narrador toma un aire demasiado literario que funciona bien como texto sacado de la novela en que se basa la cinta, pero que no se molesta en tratar de trasladar este lenguaje literario a uno más cinematográfico.

Este detalle hace que cosas que deberían ser sencillas de asimilar resulten confusas pues es fácil perderse en este tipo de estructuras si no se tiene a un buen director. Si no se entendiera por ser compleja sería virtud, pero como no se entiende por ser confusa es un defecto. El problema de no tener a un buen realizador radica en que eso suele provocar que la manera en que se salta una historia a la otra haga que uno pierda interés pues la historia no avanza lo suficiente o no termina en un punto relevante momentos antes de dar el salto a la siguiente época. En “Las paredes hablan” la edición resulta desastrosa y en este tipo de cine, una mala edición equivale a una mala película. A pesar de sus defectos termina siendo un desastre interesante pues no es común ver este tipo de narrativa en el cine mexicano.

Kuno Becker y María Aura interpretan a Javier y María respectivamente. La historia en tiempo presente es la que cobra mayor relevancia y tiene un mejor desarrollo aunque no sea la más interesante. En ella María es una chica que regresa a casa para consternación de su padrastro, un inexplicablemente sobreactuadísimo Mario Zaragoza, quien es un mafioso al cual no le hace gracia la visita de la niña pues para él todo lo que no es negocio no sirve. A María la vigilan los guaruras del padrastro, unos también extrañamente ñerísimos Joaquín Cosío, Silverio Palacios y Gerardo Taracena, quienes torpemente le pierden la pista a María y al escapar ésta se encuentra a su viejo vecino que siempre estuvo enamorado de ella. Esta historia de amor prohibido se repetirá en la época de la independencia donde otros Javier y María interpretados por los mismos actores terminan conociéndose y luego habrá una historia similar pero en la época de la revolución. Si Becker y María Aura fungen como los protagonistas de todas las historias, el resto del reparto también reencarna a distintos personajes donde Mario Zaragoza modera más las cosas y no se siente en el overload del tiempo presente, lo cual uno agradece por más que frases como “te casas y luego te mato” resulten inesperadamente graciosas.

María Aura no logra darle matices a sus interpretaciones por lo que su trabajo es plano en todas las épocas. Kuno Becker en cambio si dota a cada Javier de características distintas y sin llegar a ser espectacular, al menos se nota un trabajo o un intento de distinguir a cada Javier. Ningún actor brilla por lo que resulta más una curiosidad ver el papel que desempeña cada uno en las distintas épocas y observar sus distintas caraterizaciones. El más cercano a una actuación destacada es Miguel Rodarte que funge como una especie de héroe-villano y que provoca algunas de las mejores secuencias de la película. En ese rubro la producción goza de virtudes técnicas notables, la luminosa fotografía es espectacular por lo que si narrativamente las cosas son pobres, la cinta nos relampaguea con caballos, ríos, arquitectura, pinturas y algunas escenas dignas de caos revolucionario. Los vestuarios y la recreación de la época lucen muy cuidados en todo momento. La música busca magnificar lo que ocurre con los personajes. Hay una buena manufactura en ese aspecto que contrasta con la mala factura de cosas que deberían importar más, como la edición, la dirección y la narración.

Si bien el desarrollo de las historias carece de profundidad, no hay un sentido de hacia donde dirigir la trama y casi todo es explicado de formas obvias, la manera en que concluyen las tres historias resulta más que pertinente, reflejando lo que uno imaginaría que se vivía hace 200 años, hace 100 y hace dos pues la cinta se suponía sería parte de los festejos del bicentenario de 2010. No puedo decir que “Las paredes hablan” sea una buena película, de hecho es un desastre que hace que uno desee que todo lo que nos lleva a la conclusión resultara más interesante o que al menos fuera menos confuso, pero sin duda puedo decir que entre las cintas fallidas del cine nacional de 2012 esta debe ser la más arriesgada, la más propositiva y una que no provoca que uno salga echando pestes. Como decía, este Cloud Atlas de petatiux resulta más bien un desastre interesante.

Antojito mexicano: Un pastel de tres leches, con una sola leche

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