ENCONTRÁNDONOS UNA Y
OTRA VEZ
A
pesar de que la propuesta narrativa de “Las paredes hablan” rompe
con casi todo convencionalismo, resulta curioso que en el mismo mes
de su estreno en México hubo otras dos películas que compartieron
la misma apuesta de narrativa en paralelo: “Cloud Atlas” y “El
Gran secreto” (The words). Poco convencional no es sinónimo de
novedoso, la estructura dramática de dichas películas se remonta
1916, tiempo en donde el llamado padre del cine, D.W. Griffith,
propuso con “Intolerancia” (Intolerance: Love's Struggle
Throughout the Ages) un concepto narrativo endemoniado. El concepto
se basa en narrar distintas historias en distintas épocas cuyo hilo
conductor es temático. La estructura dramática consiste en contar
una historia, hacerla avanzar hasta cierto punto para después saltar
a otra historia en un tiempo distinto, hacerla avanzar otro tanto
para luego brincar a otra y así sucesivamente hasta regresar a la
historia inicial y hacerla avanzar otro tanto.
A
este tipo de estructura se le llamó montaje o edición en paralelo y
en casi todo el cine que contiene esta estructura dramática conforme
avanzan cada una de las historias, los saltos entre ellas son más
rápidos conforme uno se acerca al clímax, de tal forma que las
múltiples historias parecieran fusionarse en una sola al acelerarse
el ritmo de la edición que no es sino el tiempo en el que saltamos
de una historia a otra. La dificultad en la realización radica
principalmente en cuantas historias se cuentan y en como el montaje
se las ingenia para hacer parecer que las distintas historias son una
sola película. Griffith ya era lo suficientemente ambicioso como
para tomar cuatro historias, la convención indica que la mayor parte
de los cineastas elige contar tres, como es el caso de “El gran
secreto” o de la cinta que nos atañe en cuestión: “Las paredes
hablan”. Y los hermanos Wachowski se cuecen aparte, pues ellos en
“Cloud Atlas” propusieron 6 historias donde cada una además
pertenece a un género cinematográfico distinto.
En
ese aspecto “Las paredes hablan” no resulta tan ambiciosa como el
cine de Griffith o tan visionaria como “Cloud Atlas”, sin embargo
comparte con esta última la apuesta de que en todas las historias
son siempre los mismos actores los que aparecen caracterizados de
distinta forma y una temática sobre la inevitavilidad del destino. La pareja protagonista está destinada a enamorarse
en cada una de las épocas distintas: la independencia, la revolución
y la era actual, lo que hace que quizás el paralelo más adecuado
sea con “La fuente de la vida” (The Fountain). Si los Wachowski
tienen la decencia de pedirnos desde un inicio que entremos en la
convención de entrar en esta estructura de flashbacks y
flashforwards cuya meta es dar brincos en el tiempo de una historia a
otra, en “Las paredes hablan” no queda muy en claro que este va a
ser el juego a pesar de que hay algún narrador que nos intenta explicar las
cosas de manera un tanto obvia. El narrador toma un aire demasiado
literario que funciona bien como texto sacado de la novela en que se
basa la cinta, pero que no se molesta en tratar de trasladar este
lenguaje literario a uno más cinematográfico.
Este
detalle hace que cosas que deberían ser sencillas de asimilar
resulten confusas pues es fácil perderse en este tipo de estructuras
si no se tiene a un buen director. Si no se entendiera por ser
compleja sería virtud, pero como no se entiende por ser confusa es
un defecto. El problema de no tener a un buen realizador radica en
que eso suele provocar que la manera en que se salta una historia a
la otra haga que uno pierda interés pues la historia no avanza lo
suficiente o no termina en un punto relevante momentos antes de dar el salto a la siguiente época. En “Las paredes
hablan” la edición resulta desastrosa y en este tipo de cine, una
mala edición equivale a una mala película. A pesar de sus defectos
termina siendo un desastre interesante pues no es común ver este
tipo de narrativa en el cine mexicano.
Kuno
Becker y María Aura interpretan a Javier y María respectivamente.
La historia en tiempo presente es la que cobra mayor relevancia y
tiene un mejor desarrollo aunque no sea la más interesante. En ella
María es una chica que regresa a casa para consternación de su
padrastro, un inexplicablemente sobreactuadísimo Mario Zaragoza,
quien es un mafioso al cual no le hace gracia la visita de la niña
pues para él todo lo que no es negocio no sirve. A María la vigilan los
guaruras del padrastro, unos también extrañamente ñerísimos Joaquín Cosío,
Silverio Palacios y Gerardo Taracena, quienes torpemente le pierden la
pista a María y al escapar ésta se encuentra a su viejo vecino que
siempre estuvo enamorado de ella. Esta historia de amor prohibido se
repetirá en la época de la independencia donde otros Javier y María
interpretados por los mismos actores terminan conociéndose y luego
habrá una historia similar pero en la época de la revolución. Si
Becker y María Aura fungen como los protagonistas de todas las
historias, el resto del reparto también reencarna a distintos
personajes donde Mario Zaragoza modera más las cosas y no se siente
en el overload del tiempo presente, lo cual uno agradece por más que
frases como “te casas y luego te mato” resulten inesperadamente
graciosas.
María
Aura no logra darle matices a sus interpretaciones por lo que su
trabajo es plano en todas las épocas. Kuno Becker en cambio si dota
a cada Javier de características distintas y sin llegar a ser
espectacular, al menos se nota un trabajo o un intento de distinguir a cada Javier. Ningún actor brilla por lo que resulta más una
curiosidad ver el papel que desempeña cada uno en las distintas
épocas y observar sus distintas caraterizaciones. El más cercano a
una actuación destacada es Miguel Rodarte que funge como una
especie de héroe-villano y que provoca algunas de las mejores
secuencias de la película. En ese rubro la producción goza de
virtudes técnicas notables, la luminosa fotografía es espectacular
por lo que si narrativamente las cosas son pobres, la cinta nos
relampaguea con caballos, ríos, arquitectura, pinturas y algunas
escenas dignas de caos revolucionario. Los vestuarios y la recreación
de la época lucen muy cuidados en todo momento. La música busca
magnificar lo que ocurre con los personajes. Hay una buena
manufactura en ese aspecto que contrasta con la mala factura de cosas
que deberían importar más, como la edición, la dirección y la narración.
Si
bien el desarrollo de las historias carece de profundidad, no hay un
sentido de hacia donde dirigir la trama y casi todo es explicado de
formas obvias, la manera en que concluyen las tres historias resulta
más que pertinente, reflejando lo que uno imaginaría que se vivía
hace 200 años, hace 100 y hace dos pues la cinta se suponía sería
parte de los festejos del bicentenario de 2010. No puedo decir que “Las
paredes hablan” sea una buena película, de hecho es un desastre
que hace que uno desee que todo lo que nos lleva a la conclusión
resultara más interesante o que al menos fuera menos confuso, pero
sin duda puedo decir que entre las cintas fallidas del cine nacional
de 2012 esta debe ser la más arriesgada, la más propositiva y una
que no provoca que uno salga echando pestes. Como decía, este Cloud
Atlas de petatiux resulta más bien un desastre interesante.
Antojito mexicano: Un
pastel de tres leches, con una sola leche
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